miércoles, 4 de marzo de 2009

¿Se acuerdan de esta imagen?

Respondo a la pregunta que les formulé... Estos niños son ARGENTINOS.



Colanzuli, Salta: el pueblo donde el tiempo se detuvo
[20/11 11:03 ] Bajo un cielo limpio los chicos y las maestras ríen para la foto Los colanzuleños son descendientes de los Incas y mantienen vivas sus tradiciones de forma inalterable.

Paisajes, coplas y leyendas convierten en un lugar único a esta zona de la provincia. Ubicado en el Norte de la provincia, a 45 minutos de Iruya, Colanzulí es un lugar mágico, casi único, donde el paisaje, la gente y sus costumbres se funden en una receta singular, que logra trasladarnos al pasado solamente con un abrir y cerrar de ojos.

Los colanzuleños son gente amable, que se dedican principalmente al cultivo de productos andinos (como la papa y la quinua) y a la cría de animales de corral. Descendientes de los Incas, supieron conservar las tradiciones de sus antepasados hasta nuestros días.

Desde el Abra del Toro -a 4200 metros de altura sobre el nivel del mar- se puede observar el poblado, que se divide en tres sectores. Lo primero que resalta al ver desde lo alto el conglomerado son las plantaciones, pequeñas y de forma rectangular. Son colocadas de forma estratégica sobre las laderas de los cerros, con el fin de aprovechar al máximo el agua que baja para el riego.

Se ingresa al corazón del pueblo a través de un camino angosto, custodiado por corrales construidos con piedras y barro, que se reproducen de manera interminable a lo largo del recorrido. Sin lugar a dudas, el cerro Morao se destaca entre sus pares. No sólo por su imponente altura, sino también por las historias que se cuentan acerca de los rituales sagrados que allí se realizaron hace cientos de años.

Antiguamente los primeros pobladores de Colanzulí subían hasta la cima del Morao para rendirle tributo a la Pachamama, e incluso -según los habitantes de la zona- se hacían sacrificios humanos.

El director de la Escuela "Armada Argentina", Gerardo Laimes, comentó que "los colanzuleños le tienen un gran respeto a sus costumbres y a la transmisión oral de las historias. La del cerro es una de ellas, y es por eso que a muchos ni siquiera les gusta acercarse".Los abuelos y abuelas son los encargados de que esas historias no se pierdan, o que el viento que sopla de forma constante se las lleve. Es por eso que no extraña que un pequeño de tan sólo siete años, nos cuente la historia "del Leandro".El niño en cuestión se llama Damián. La timidez le florece, pero de a poco se relaja y comienza con lo que sea quizás, la leyenda más conocida de la zona. "Cruzando el Morao está la `laguna del Leandro`. Hace mucho, un cazador llegó hasta esa laguna persiguiendo perdices. Desde el agua salió una manada de toros que tenían sus cuernos de oro y el hombre se impresionó, así que quería cazar a los toros y quedarse con sus cuernos. Estaba seguro que podía vaciar la laguna, y comenzó a trabajar para sacar el agua. Un día, mientras llevaba a cabo su tarea, `el viento` sopló y lo hizo caer adentro del agua. Nadie más lo vio", cuenta un ahora muy seguro Damián.

Hay que tener en cuenta que los colanzuleños le asignan roles importantes en su vida al viento, a la tierra y a la naturaleza en sí. Por ejemplo, las madres secan la ropa de sus pequeños dentro de sus hogares, porque temen que "el viento" tome posesión de sus hijos a través de las prendas de vestir. En ese caso hay que pedir ayuda a un curandero. Una de las madres de la zona, comenta que "los curanderos que hay aquí hacen trabajos fáciles. Los mejores están en Bolivia y hay que viajar para traerlos hasta aquí".Además, es muy común que a la gente se la cure "del susto". En esos casos, se coloca a la persona afectada de rodillas, cuando "el sol está rayando" (en su punto más alto), y se realiza un ritual bastante particular que incluye la quema de sahumerios.

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