lunes, 8 de junio de 2009

EL TRABAJO QUE NO EDUCA.

El panorama en los centros urbanos está claro: en las esquinas o en las peatonales desfilan a diario cientos de chicos y adolescentes limpiando vidrios, apostados en las puertas de las casas de comida rápida pidiendo o vendiendo lo que sea. Martín, de 10 años, y Rodrigo, de 8, están entre estos ultimos niños. En la zona del Parque Nacional a la Bandera ofrecen sus artesanías a media mañana, en horario escolar. "Estoy en 4º grado, pero hoy no fui a la escuela", dice Martín que vive en el barrio Toba de Rouillón al 4.000.
El grupo de esto niños son, si se quiere, la cara más visible del trabajo infantil. Sin embargo, un número difícil de cuantificar realiza tareas de todo tipo en zonas rurales y urbanas. Entre estas formas "ocultas", la ocupación de las niñas no es menor: además del trabajo agrícola, forman parte de la servidumbre doméstica, cuidan desde temprano a sus hermanos más chicos y hasta se ocupan del hogar reemplazando el lugar de un adulto. Y, por si fuera poco, son las más expuestas a los abusos y a la explotación sexual infantil.
Sostenerse en la escuela no es fácil. Un estudio de la Internacional de la Educación (IE) —organización que agrupa a los principales gremios docentes del mundo, indica que "a menudo las niñas son las últimas en matricularse y las primeras en abandonar la escuela para realizar tareas domésticas o dedicarse al cuidado de sus hermanos o hermanas menores". También señala "la lejanía o inaccesibilidad de los centros escolares, la inseguridad del trayecto para llegar" como otros obstáculos, además de reclamar programas que reflejen las necesidades de género.
El diagnóstico es reafirmado por un grupo de maestras de una escuela de la zona oeste de Rosario, a la que asisten chicos que viven en situación de mucha vulneralibilidad. "Es común que después de clase se suban a un carro con sus padres para cirujear o bien que falten a clases porque tienen que cuidar la casa o bien ocuparse de los hermanos", coinciden al narrar una situación para ellas cotidiana.
La consecuencia inmediata para estos niños —señalan las docentes— es el atraso escolar, la repitencia y el abandono escolar en muchos casos.
Desnaturalizar
"La mayor dificultad para cuantificar el trabajo infantil es la naturalización que se hace del mismo", afirma Silvina Devalle, la coordinadora ejecutiva de las Comisiones Tri y Cuatripartitas del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de la provincia, al hablar de lo difícil que es relevar estadísticamente la problemática.
Devalle señala que hay una "especie de pegoteo de concepciones" que habilitan a mirar como bueno algo que no lo es. "Algunos afirman que «es mejor que el chico esté en el carro con la familia que en una esquina drogándose», sin ver que cualquiera de esas alternativas no son las aceptables para un niño, cuyo lugar es la escuela o el juego".
Para Devalle las respuestas pasan por la educación y el trabajo digno, decente, que permita romper con el círculo de la pobreza. Acepta que la escuela en este terreno tiene mucho por hacer. "Nuestro desafío con el ministro de Trabajo —Carlos Rodríguez— es que se incorpore la noción de trabajo decente en las currículas de los profesores", dice la funcionaria.
Actualmente en la provincia se entregan becas a chicos que han sido detectados trabajando. El beneficio es de un fondo de Trabajo nacional y representa 900 pesos al año.
Sin embargo, desde marzo de este año 300 chicos de la provincia suman a esa beca una ayuda —iniciativa provincial— para el adulto responsable de ese niño o niña. Es de 250 pesos mensuales, con posibilidad de acceder a un empleo y con la condición de que los chicos vayan a la escuela.
Devalle apunta que otro gran desafío es la meta de inclusión a desarrollar con las escuelas, para que vean a las familias y niños en riesgo no como un problema sino como una oportunidad más para educar.

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