miércoles, 18 de noviembre de 2009

«LOS MAESTROS TIENEN UN DISCURSO LEGÍTIMO»


Si bien la respuesta se vincula con un panorama que define común para la región latinoamericana, puede tomarse, junto a otras reflexiones, para analizar la situación que se vive en Santa Fe, donde ésta y la semana próxima habrá un nuevo paro de maestros ante la negativa del gobierno provincial a sentarse a discutir mejoras de sueldos.
Gindin es antropólogo formado en la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y actualmente realiza un doctorado en sociología en el Instituto Universitario de Investigaciones de Río de Janeiro, donde reside.

— ¿Por qué ante el pedido de aumento salarial docente la primera respuesta que reciben siempre es negativa?

—Los salarios docentes tienen una altísima incidencia en el presupuesto educativo, la actividad económica no se paraliza con los paros docentes y, en los círculos donde se definen las fuentes y el destino de la recaudación tributaria, los trabajadores tienen en el mejor de los casos una participación subordinada. La respuesta negativa inicial del Estado es conservadora, pero lógica.
—Pero con todos los gobiernos ocurre lo mismo.
—Inclusive los que son sensibles a las demandas sociales, tienen muchas dificultades para superar el conservadorismo económico y político, que en cierta medida es inherente a la acción estatal. Los sindicatos se ven en esos casos ante gobiernos con los que tienen puentes de diálogo, pero con los que es difícil avanzar en temas clave. En estos contextos los sindicatos tienen una tarea más compleja para justificar sus demandas que, por ejemplo, cuando una gestión simplemente desoye los reclamos. Hay ejemplos de esto en países vecinos.
—¿Cuáles?  
—El de la gestión del Frente Amplio en Uruguay. Numerosas reivindicaciones docentes fueron atendidas, pero cuando los sindicatos tocaron temas sensibles la relación se tensó.
—¿Por qué los maestros son siempre calificados de “eternos inconformistas”?
—Vivimos en sociedades en las que el trabajo, para la mayoría de la población, no es fuente de realización personal sino de agotamiento, insatisfacción, inclusive de enfermedades y accidentes. Sociedades en las que algunos se matan por trabajar y otros se matan trabajando. Lo que hay que preguntarse es por qué los maestros logran, a veces, que esa insatisfacción individual se canalice colectivamente; y por qué los conflictos docentes tienen tanta visibilidad.
—¿Y cómo se explica esto?
—Primero, hay una tradición sindical que privilegia las formas activas y públicas de protesta, fraguada básicamente en la década del 80 y que pudo sobrevivir a la del 90. Segundo, existen en la educación grandes empleadores que agregan intereses y contrastan con el escenario de microempresas de muchas actividades del sector privado; y, tercero, se trata de un sector cuyos conflictos tienen mucha visibilidad mediática.
—¿Y qué pasa con los discursos sobre los reclamos?
—Los docentes, tal vez más que otros trabajadores, cuentan con un discurso socialmente legítimo desde el cual demandar mejores salarios y condiciones de trabajo. Es el propio discurso estatal de que la educación es fundamental para el progreso de la Nación. Cuando uno lee las declaraciones públicas de los docentes, en diferentes momentos del siglo XX y en distintos países de América latina, el mecanismo se repite: los bajos salarios muestran que los gobiernos no son consecuentes con la importancia que dicen otorgar a la educación. Esto puede compararse, en alguna medida, con el papel que tuvo el discurso peronista para el conjunto de los trabajadores de la sociedad argentina: permitió leer como injustas las condiciones de trabajo realmente existentes. Que hoy aceptemos condiciones de trabajo inaceptables hace treinta años, y que algunos vean a los docentes como “eternos inconformistas”, son muestras elocuentes de la naturalización de los empleos precarios, los trabajos desgastantes y las remuneraciones desvalorizadas.
Fuente: Diario La Capital

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